Imagina un bebé que acaba de nacer. Lo primero que harán los médicos después de cerciorarse de que el recién nacido está sano es entregárselo a su madre, y lo más probable que haga sea abrazarlo, mirarlo y hablarle. El contacto físico pues, se hace indispensable para un sano desarrollo de la personalidad desde el primer momento de la vida. Es un alimento para nuestro cerebro, nuestra mente y nuestro cuerpo.
A través del contacto con la madre y con otras personas, el bebé va creciendo y descubriendo todo un universo de sensaciones y de estimulaciones que le inician progresivamente en el mundo de la estimulación erógena o protosexualidad para, finalmente, desarrollar en la adolescencia la capacidad para vivir experiencias sexuales plenas.

Afectividad y contacto físico

Podemos afirmar que en las primeras etapas de la vida la afectividad y el contacto físico junto con la estimulación erógena van unidos y que poco a poco la vida sexual del individuo va cobrando relevancia por sí misma como un elemento que evolucionará fuera del seno familiar.
Dado que la sexualidad nace en un contexto relacional siempre está impregnada de esa necesidad de otra persona, incluso en el caso de la masturbación se suele recurrir a fantasías que involucran otra persona, por no hablar de la utilización de soportes externos como imágenes o fotografías las cuales evocan explícitamente a otros.
Sexualidad y afectividad son partes de un camino que lleva al desarrollo de nuestra capacidad para crear vínculos y para disfrutar del placer de un intercambio íntimo con un otro.
Dado que en su origen son procesos poco diferenciables podríamos decir que están conectados y que se relacionan entre sí. La forma en cómo se relacionan entre sí depende de factores interpersonales y ambientales.

Cultura, entorno y sociedad influyen

La manera en cómo sexualidad y afectividad interactúan está determinada por la cultura en donde habitamos, en primera instancia y por las relaciones familiares y sociales en segunda, hecho que afecta al desarrollo del binomio sexualidad/afectividad y a la propia forma de vivirlo.
Por otro lado, debido a lo particular de la economía emocional interior de cada cual, también existen factores individuales que determinarán como vivimos la relación entre ambas experiencias, esto pueden ser tanto factores físicos como psicológicos.
Diremos, pues, que la relación entre sexualidad y el contacto físico y la afectividad responde a factores biológicos, psicológicos, familiares y culturales.

Las relaciones de pareja

Es por todos sabido que una buena relación entre afectividad y sexualidad es un pilar básico en la buena salud de las relaciones de pareja: por un lado, uno puede poner-se en el lado del otro y desarrollar sentimientos de amor hacia él o ella y por otro, se puede disfrutar del sexo inscrito en la relación afectiva. Este hecho da lugar a una retroalimentación de estas dos dimensiones. Es decir, la vida sexual fortalece la afectividad y la vida afectiva nutre la relación sexual con el amor, de ahí la expresión “hacer el amor”.
Sin embargo, esto no significa que la relación de pareja al uso sea la única forma en la que afectividad y sexualidad se relacionen. Hoy en día encontramos muchos formatos distintos de enfocar la vida sexual y afectiva:

  • Hay quien prescinde sistemáticamente de la afectividad para mantener relaciones sexuales.
  • Existen aquellos que no pueden mantener relaciones sexuales sin sentir un afecto intenso.
  • La mayoría de la población se encuentra en el medio de estas dos opciones. Podemos decir pues que, tanto en las relaciones de una sola noche como en las de mayor duración, allí donde hay sexualidad puede filtrarse la afectividad y allí donde solo hay afectividad también puede filtrarse la sexualidad ya que una no está completamente desligada de la otra.

Cómo saber si tenemos una vida sexual y afectiva saludable

Dado que la forma en como se articulan estas dos dimensiones de la personalidad depende de cada individuo pensemos pues en cuáles son las características necesarias para identificar si gozamos de una saludable vida sexual y afectiva:

  • Somos capaces de ver a la otra persona como alguien que siente y piensa y no como un mero objeto al servicio de la satisfacción propia.
  • Tenemos en cuenta las necesidades físicas y emocionales de la otra persona: procuramos por su placer físico y bienestar emocional.
  • Somos capaces de tomar conciencia de lo que nos da placer y nos hace sentir bien y nos sentimos libres para comunicarlo.
  • Hay lugar para la empatía, el respeto y la libertad individual en el despliegue tanto de relaciones sexuales como afectivas.
  • En el caso de no tener pareja estable somos capaces de adaptarnos a personas distintas con necesidades distintas, entendiendo que una sana vida sexual requiere de cierta flexibilidad y capacidad de adaptación.
  • Tenemos la capacidad de ver al otro tal y como es y no deseamos transformarlo en otra persona.
  • Predomina una comunicación honesta y sincera. Esto no significa que haya que decir todo lo que se piensa, pero nos aseguramos de que todos conozcan las reglas del juego.

Esta lista de características definitorias de una sana vida sexual y afectiva es extrapolable a todo tipo de formatos de relaciones (esporádicas, estables, poliamor, etc.)
Concluiremos señalando que, independientemente de la forma que elijamos para vivir nuestra vida sexual y afectiva la empatía es un factor determinante para la buena salud de esta.

Lo que debes saber…

  • Sexualidad y afectividad son partes de un camino que lleva al desarrollo de nuestra capacidad para crear vínculos y para disfrutar del placer de un intercambio íntimo con un otro.
  • Una buena relación entre afectividad y sexualidad es un pilar básico en la buena salud de las relaciones de pareja.
  • La vida sexual fortalece la afectividad y la vida afectiva nutre la relación sexual con el amor, de ahí la expresión “hacer el amor”, pero esto no significa que la relación de pareja al uso sea la única forma en la que afectividad y sexualidad se relacionen.