No hay nada más agobiante que ver a tu hijo pegar, morder o empujar a otro. Nos parece violencia, pero, en esas edades, no es eso exactamente. Aunque nos cueste creer es una etapa normal del niño pequeño, entre los dos y cuatro años y, al igual que las rabietas, es fruto de la falta de recursos comunicativos y habilidades sociales.
En esta etapa, los niños actúan por pulsiones, no tienen autocontrol ni un lenguaje suficientemente rico como para expresar lo que sienten. Además, les cuesta entender sus emociones y no saben como gestionarlas.

¿Cómo actúa el niño entre los 2 y 4 años?

Es completamente normal y evolutivamente aceptable que aparezca alguna forma de agresividad entre los dos y los cuatro años. Hay dos motivos fundamentales:

  • Baja tolerancia a la frustración.
  • El inicio de las interacciones sociales, surgiendo los primeros e inevitables conflictos.

En esta etapa el niño se enfada cuando las cosas no ocurren como él desearía y, debido a las carencias que hemos comentado antes (lenguaje, gestión emocional y habilidades sociales) manifiestan su frustración pasando a la acción: llorando, gritando, haciendo rabietas, pegando, mordiendo o empujando. Por ello es importante ayudarles a manejar la frustración.

¿Cómo deben actuar los padres?

Debemos intervenir, pero no desde la regañina o el castigo, sino desde la contención, la empatía y la calma. Cuando un niño pega o empuja a otro niño o adulto es porque está enfadado o está cansado. Estas dos emociones son detonantes de conductas automáticas que intentan “decir” o que no está de acuerdo con lo que pasa (por ejemplo, no quiere compartir el columpio del parque con otro niño) o bien está agotado, quiere desconectar de lo que hace y se siente muy a disgusto.
Para diferenciar ambas situaciones es fundamental conectar con nuestro hijo, bajarnos a su nivel desde la calma, analizar qué está pasando y en qué contexto y, lo más importante, poner palabras a lo qué está sintiendo.
Puede sonar obvio, pero es fundamental que los adultos prediquen con el ejemplo y eviten reaccionar con agresividad ante situaciones frustrantes.

Pasos que conviene seguir cuando es tu hijo el que pega

  • Apartar al niño de manera firme pero cariñosa para poder hablar con calma.
  • Si llora, contenerlo con cariño, con abrazos.
  • Explicar de manera sencilla que pegar, empujar o morder no son formas correctas de conseguir las cosas.
  • Es necesario que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás y que debe disculparse por su comportamiento.
  • Poner palabras a su estado de ánimo, para que vaya reconociendo poco a poco sus emociones: “sé que estás cansado, triste, enfadado…”. Es una herramienta indispensable para la educación emocional.
  • Empatizar con él, explicarle que tú también a veces te enfadas o no te gusta lo que hacen otras personas.
  • Mostrarle modos de actuar diferentes para conseguir un objetivo.
  • Advertirle que si vuelve a hacerlo volverá mamá o papá a apartarlo de la zona de juegos.
  • Valorar, en función de la situación emocional del niño, regresar a casa, a un ambiente conocido y tranquilo.

Vale la pena recordar que en momentos de alegría extrema los mordiscos están a la orden del día y nuestro hijo nos puede demostrar su emoción con un buen mordisco. En estos casos, cómo actuar, es muy similar a lo explicado anteriormente: contener, empatizar y poner palabras.

¿Podemos evitar estas situaciones?

A pesar de que es una fase normal y muy frecuente en los niños pequeños, conocer a tu hijo y anticipar las posibles situaciones de riesgo es fundamental para evitar situaciones bochornosas. Por ejemplo, quizás un viernes por la tarde, si ves a tu hijo cansado, no es lo más conveniente llevarlo al parque a compartir palas, cubos y toboganes. No está en su mejor momento.
Con la intervención adecuada, esta conducta se resuelve con el tiempo, con la madurez del niño y con el desarrollo del lenguaje.
No deja de ser un aprendizaje social para el pequeño que, correctamente gestionado por los adultos, le dará muchísimas habilidades y recursos. A partir de los cuatro años, de manera progresiva van sustituyendo estas conductas impulsivas por otras más reflexivas y comunicativas.
Nunca está demás consultar a un psicólogo si la conducta del niño se vuelve más agresiva.

Lo que debes saber…

  • En estos casos, como padres, claro que debemos intervenir, pero no desde la regañina o el castigo, sino desde la contención, la empatía y la calma.
  • Es fundamental que los adultos prediquen con el ejemplo y eviten reaccionar con agresividad ante situaciones frustrantes.
  • A partir de los cuatro años, de manera progresiva van sustituyendo estas conductas impulsivas por otras más reflexivas y comunicativas.