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El envejecimiento también se refleja en los huesos y las articulaciones. Con el tiempo su “desgaste” produce limitaciones en el movimiento y una fragilidad muy propias de las personas ancianas.

El sistema esquelético lo componen los huesos, que confieren un punto de apoyo a los músculos, así como protección a órganos vitales (por ejemplo, el cráneo protege al cerebro, y las articulaciones, las uniones entre los huesos. De éstas las hay fijas, que sólo son uniones simples entre dos huesos (por ejemplo, las del cráneo), o móviles.

Las articulaciones móviles son unas estructuras complejas, ya que para que se realice el movimiento que producen los músculos son necesarios ligamentos para dar estabilidad, liquido articular para lubricar las estructuras (producido por la membrana sinovial), y cartílagos que recubra el hueso articular para dar resistencia y flexibilidad.

Consecuencias en el sistema esquelético con el paso del tiempo

 Con el paso del tiempo hay una disminución de la densidad del hueso a causa de una pérdida del calcio óseo, mucho más evidente en las mujeres tras la menopausia (por la disminución de los estrógenos femeninos), pero también presente en los varones, ya que el equilibrio de renovación de hueso se decanta por la destrucción. Este proceso viene determinado básicamente por factores genéticos pero empeora por la disminución de la actividad física (enfermedades limitantes, dolor crónico, etc.), estilos de vida no saludables (tabaquismo, ingesta pobre de calcio y otros nutrientes, consumo excesivo de alcohol)  y  el uso de ciertos fármacos.

Esta pérdida de masa ósea hace que el hueso sea más frágil, con mayor riesgo de fractura ante traumatismos mínimos en los casos más extremos. Dicha osteopenia se presenta con diferente intensidad en los diversos huesos y es evidente que la fragilidad no sólo dependerá del grado de afectación del hueso, sino también de las fuerzas a las que estará sometido; es decir, no tendrá la misma trascendencia la pérdida de densidad en una falange de los dedos de la mano que en el cuello del fémur.

También es muy frecuente la aparición de desgaste articular, la artrosis. Este desgaste se inicia con la deshidratación del cartílago articular, que pierde sus propiedades elásticas y de absorción de los traumatismos. De esta manera el cartílago se va degradando, desgarrando y en último extremo puede llegar a desaparecer. El hueso articular se engrosa y deforma para soportar las fuerzas que ya no absorbe el cartílago. Éstas y otras alteraciones más sutiles son las responsables de la disminución del arco de movimiento, del dolor al realizar algún ejercicio físico (y a veces en reposo), de la deformidad y de la inestabilidad y la pérdida de la función articular.

Las articulaciones afectadas dependerán de la actividad que se haya tenido a lo largo de la vida o de la aparición de sobrecargas y lesiones, aunque no se puede negar también una cierta predisposición genética, sobre todo en ciertas formas de artrosis, como por ejemplo la artrosis nodular de las articulaciones pequeñas de los dedos de las manos.