Definición y causas

El síndrome de las piernas inquietas (SPI) es un trastorno neurológico que se caracteriza por la presencia de sensaciones extrañas y desagradables en las piernas en la posición de sentado o tumbado. Estas sensaciones que son descritas por el paciente como pinchazos, picores, hormigueos o quemazón implican la necesidad imperiosa de mover las piernas para aliviarlas.

Se calcula que en España hay más de 4 millones de personas afectadas por dicho síndrome.

Generalmente el síndrome afecta a la población mayor, con mayor incidencia en mujeres (60% total de los casos).

El SPI puede aparecer asociado a otra enfermedad (generalmente enfermedades crónicas) denominándose SPI secundario o de forma aislada, lo que se conoce como SPI idiopático. Las enfermedades a los que se puede asociar incluyen la diabetes, la insuficiencia renal crónica, el déficit de hierro o la artritis reumatoide.

Se desconoce la causa de esta enfermedad pero se ha relacionado con una predisposición genética, niveles bajos de hierro, enfermedades crónicas y también con descenso de un neurotransmisor denominado dopamina que se encarga de la coordinación de los movimientos.

¿Cómo identificarlo?

No existe una prueba específica para establecer el diagnóstico. Éste se establece en base a la descripción de los síntomas que hace el paciente y la ausencia de otros datos sugestivos de otra enfermedad. Se pueden realizar otras pruebas destinadas a establecer la causa o la enfermedad asociada, por ejemplo, una analítica en sangre.

El diagnóstico es clínico, es decir, basado en los síntomas. Se requiere la presencia de al menos los siguientes cuatro criterios*:

  • Necesidad de movimiento de las piernas, acompañado de sensaciones molestas.
  • Inquietud motora en las extremidades inferiores.
  • Empeoramiento de los síntomas con el reposo y mejoría con el movimiento.
  • Aparición o exacerbación de los síntomas por la tarde/noche.

Otros criterios menores que apoyan el diagnóstico incluyen:

  • Exploración neurológica normal (es decir, se excluyen otras posibles enfermedades).
  • Dificultad para iniciar o mantener el sueño.
  • En un estudio del sueño: presencia de movimientos periódicos de las piernas.
  • Antecedentes familiares de la enfermedad.

*Fuente: Allen y cols, Sleep Medicine 2003, 4(2):101-119)

Un aspecto muy característico de la enfermedad es que los síntomas aparecen siempre por la tarde- noche especialmente cuando el paciente está en reposo. Una de las pruebas diagnósticas que se indica siempre es un Estudio del Sueño (o polisomnografía) que pone de manifiesto los síntomas.

Además se suelen realizar de rutina, especialmente para descartar otras enfermedades que puedan cursar con síntomas parecidos, una analítica de sangre y un electromiograma.

¿Dónde acudir?

Este tipo de trastorno lo evalúa y trata el especialista en Neurología o en las Unidades- Centros para Trastornos del sueño.

¿Cómo se puede tratar?

No existe un tratamiento curativo de la enfermedad.  El objetivo principal del mismo es el alivio de los síntomas para mejorar la calidad de vida del paciente. Por otro lado, el tratamiento se debe adecuar a la intensidad de los síntomas ya que  pueden ser muy variables.

Las opciones terapéuticas incluyen medidas de soporte y hábitos diarios junto con tratamiento farmacológico. Entre los tratamientos farmacológicos se incluyen las benzodiacepinas, opiodes como la codeína, anticomiciales como la carbamacepina y la gabapentina o la rotigotina un fármaco utilizado en el tratamiento del Parkinson.

  • Es aconsejable seguir una serie de consejos en las rutinas diarias para aliviar la sintomatología, que si bien no curan pueden ayudar a disminuir la intensidad de los mismos.
  • Intentar seguir una vida saludable y ordenada, con una higiene adecuada del sueño (respetar y mantener los horarios para levantarse y acostarse).
  • Las terapias físicas y de rehabilitación (como el yoga)  pueden ser útiles para mantener el cuerpo en forma y además mejorar el componente psicológico y emocional que acarrea la enfermedad.
  • Otros remedios sencillos como realizar estiramientos, caminar, hacer ejercicio físico diario, mantenerse ocupado y realizar baños con calor también pueden ser útiles.
  • Se recomienda evitar la cafeína y evitar el alcohol.
  • Evitar los fármacos que puedan agravar los síntomas (como algunos antigripales, bloqueantes del calcio o antidepresivos, entre otros).

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