Los padres y los maestros son los primeros en reconocer cuando un niño tiene un problema emocional o de comportamiento. Para los padres el hecho de buscar ayuda psicológica o psiquiátrica sigue siendo un tabú. Primero se consulta al Pediatra y es el que orienta y anima a acudir al especialista en psiquiatría infantil si es necesario. En general la búsqueda de ayuda psicológica infantil o juvenil es un momento difícil y doloroso para muchos padres.
Se tiende a pensar que una infancia «normal» debe estar exenta de problemas emocionales o psíquicos, pero esto no es cierto. La infancia y la adolescencia, como cualquier etapa de la vida, pueden existir enfermedades y alteraciones psicológicas o psiquiátricas. De hecho la infancia y, sobre todo la adolescencia, son momentos críticos donde la persona es muy vulnerable.
El niño, a diferencia del adulto, no puede tomar la decisión de ir al psicólogo, sino que lo deben llevar sus padres; con esto quiero decir que la familia debe ser consciente del problema y escuchar y observar al niño para detectar posibles trastornos emocionales o de conducta. A los niños y adolescentes les faltan recursos para explicar de una manera clara qué les ocurre a nivel psicológico.
Las enfermedades o trastornos más frecuentes en estas etapas son: la hiperactividad, los trastornos de ansiedad, depresión, las psicosis infantiles o los trastornos generalizados del desarrollo.
En el momento en que se detecta un problema psiquiátrico al niño, familia, escuela y Pediatra deben estar informados y coordinados para ofrecer la mejor ayuda al niño.
Los signos de alarma que pueden hacer sospechar que un niño necesita ayuda psicológica o psiquiátrica son diferentes en función de la edad.
En los niños pequeños
- Cambios negativos importantes en el rendimiento escolar.
- Malas notas en la escuela, a pesar de hacer un esfuerzo notable.
- El niño está muy preocupado o con ansiedad excesiva, que puede manifestarse negándose a ir a la escuela, a dormir o a participar en actividades normales para un niño de su edad.
- Hiperactividad, inquietud, movimiento constante más allá del juego normal del niño.
- Pesadillas persistentes y otros trastornos del sueño.
- Desobediencia o agresión persistente (de más de 6 meses) y conducta de oposición provocativa hacia las figuras de autoridad.
- Rabietas frecuentes e inexplicables.
Signos de alarma
- Bajo rendimiento escolar.
- Dificultad para enfrentarse a los problemas, situaciones o actividades diarias.
- Alteraciones en los hábitos de dormir y/o comer.
- Frecuentes quejas físicas: somatizaciones frecuentes como dolores de cabeza y de barriga.
- Sexualidad muy marcada y no acorde con su edad.
- Estado depresivo manifestado por un estado de ánimo y actitud persistentemente negativo, con frecuencia acompañado de apetito pobre, dificultad en el dormir e ideas relacionadas con la muerte.
- Abuso de drogas o de alcohol.
- Miedo intenso a engordar sin tener en cuenta su verdadero peso y realizar conductas al respecto como restringir la ingesta de alimentos o tomar purgantes y laxantes.
- Pesadillas persistentes.
- Amenazas o comportamiento agresivo respecto a sí mismo o hacia los otros.
- Arranques frecuentes de ira y agresión.
- Amenazas de irse del hogar.
- Violación persistente de los derechos de otras personas de forma agresiva o no agresiva; reto a la autoridad, ausencia a escuela, robos o vandalismo.
- Pensamientos, creencias y sentimientos extraños o comportamiento poco usual.